Se me llenan las miras
de ojos
y ninguno es suficiente
para hacerme ver
lo necesario de su existir.
Busco entre ellos
el iris que me lleve
al caldero al final de su arco,
y no entiendo que,
sin ser daltónico,
también se puede confundir colores.
Sus pestañas me abrazan
en cada abrir y cerrar de párpados,
mas yo, lágrima salada
de río dulce,
me dejo arrastrar por sus penas
y alegrías,
sin saber que ninguna
son suyas,
sino mías.
Y claro, ahora a ver quién me hace a mí entrar en razón.
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