He estado pensando en lo que
dijiste, hermano. En la nada que nos rodea. La que nos rodeará. He
pensado en las tonalidades de su oscuro hacer, en lo infinito de su
reguero en nuestra piel. He estado cavilando sobre los posibles caminos que a ella
nos lleven, y he imaginando también los que a ella sobrevivan y, ya sin nosotros,
claro, terminen en la nada de otros, de otras, y quién sabe si en la
mente de algunos y algunas, o incluso todos quizás. Lo dudo. Al menos no los míos. He intentado
zambullirme en la letanía de una mente aguda, en la inmensa decrepitud
del pensamiento cuando no ven los ojos más que negro sobre negro y
blanco sobre blanco. Por ponerle un nombre, ya sabes. Mi cuerpo ha
probado a abandonarse a un segundo plano en el que el trabajo no
importa, las enfermedades no existen, las
letras sobran e incluso no hay ojos ni sonrisas que se claven en él. He
cerrado y abierto ventanas. No las mismas: he cerrado las que dan frío,
he abierto las que dan amplitud de miras. Conforme iba ascendiendo al
nivel en el que te imagino a ti, he notado helar las manos y los pies.
La espalda ha tomado consciencia de sí misma y ha empezado a temblar en
busca de no sé si un botón de parada o un pedal acelerador. De repente
la vida no era vida. Mi vida no era vida. Mis sueños, por desgracia, sí
que han seguido siendo tales. Me he visto a mí. Yo era yo, sin nada que
añadir por nadie. Inefable en mi ser y estar. Las distancias,
inequívocamente esquivas, hacen acto de presencia abriendo un abismo de
preguntas sin solución entre nosotros. En un comienzo inducido, yo. A lo
lejos, tú. Tú eras mi tú. Un tú dorado y factible, con un halo brillante
al más puro estilo infante de siete años frente al Rey Melchor. Así
como yo te veo. Un ángel que no se frota las alas, sino el nabo. Un
ángel que no ha caído de ningún lado pues es más real que las manos
mismas que escriben esto. Ahí estabas tú, físico presente con alma
jadeante. Un preludio en tu mirada. Una decepción en tu expresión. Has
llegado adonde yo no. Has tocado lo que yo ni imagino con mirar. Has
sentido al Ser fluir sencillo y fácil por ti, mientras que yo estrujo
venas para desprender la primera gota de una poción que ya inventaré.
Ahí estabas tú, mi tú, a un abismo de por qués y por cuántos de mis lo
siento, no lo entiendo. Mirando en rededor lo que no esperabas
encontrar, lo que sin duda contabas en tu lista de haberes por haber, y
un par de cosas más que ni yo sé qué hacen ahí. Cómo lo voy a saber, si
no sé ya ni pensar. Cómo voy a verte ahí, tan cerca y a la vez tan
lejos, con esa falsa impronta de lo que se puede ver y queda a tanta
distancia, si la distancia no es tanta y en cambio yo no te veo. Cómo
voy a pensar en nadas y en todos si mi mente no abarca tanto ni tan
poco. Respectivamente, sí. Cómo voy a volar a siquiera cuatro niveles
bajo ti, si no hay más altura que la que pintan tus manos en un lienzo
cuando quieres desdeñar la imagen que tenemos todos de igualdad. Cómo pretendo entenderte a ti,
un artista, un nacido del arte, creador y creado por y para él, si ando
en proceso de elaboración para nacerme tal y no hacerme como cual, y
van ya demasiados bocetos como para considerar lo primero en lugar de lo
segundo. Cómo tratar de equiparar mares con montañas. Cómo terminar
esta carta. No lo sé. Dímelo tú.
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