Soy un calendario.
Uno de esos de
propaganda barata, de esos
de dibujos cutres y
tipografía maquetada.
Un calendario de esos fabricados
en peuvecé de cero siete
milímetros de espesor,
de los de papel cartón
con anillas en la parte superior.
Un calendario de esos circulares,
o con base flexible,
origami sencillo de estabilidad asegurada.
Un calendario
irreductible
irrefrenable
ininterrumpible.
Uno de esos de días contados.
De los de tres sesenta y cinco.
Un calendario ordenado
en cuatro columnas vertebrales.
Jornada tras jornada
el mismo color,
inamovible y sempiterna
llamada a la rutina.
Un calendario de jardín
con ramos de veinticuatro rosas marchitas
repartidos en estantes
de a siete,
en estanterías
de a cinco,
en paquetes
de a euro el minuto.
Asfixia de invernadero en
estación estival.
Un calendario histriónico
sin nada que decir.
Tanto ruido para tan pocas nueces.
Un calendario impasible
que día
tras
día
espera eterno su fin.
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