viernes, 26 de agosto de 2011

Deseo...

Deseos. Hoy os voy a hablar de los deseos. Deseables e indeseables, si acaso un deseo pudiera ser esto último, aunque sí que estoy seguro de que sí pudiera convertirse en ello, en deseo indeseable. Hay que tener mucho cuidado con lo que se desea. Al igual que, o tal vez a consecuencia de, ver pasar una estrella fugaz, soplar un pequeño capilar desprendido de nuestras pestañas o incluso apagar todas las velas de nuestra tarta de cumpleaños de una vez (se me antoja una acción más complicada con el paso de los años), el pedir un deseo es un hecho arbitrario. Por ello, como cualquier hecho al azar, un deseo cumplido altera el curso de un camino ya marcado, del sendero a un destino proyectado sobre el futuro; y, en una muestra de su soberana rebeldía, puede que dicho sino actúe en contra de nuestra ambición y egoísmo mal logrando nuestro deseo, volviéndolo así en indeseable. Un deseo mal logrado y malgastado, convertido muy a nuestro pesar en pena y hastío.
He de confesar que anoche deseé con todas, aunque pocas en dicho instante, mis fuerzas y mis ganas (éstas si eran inmensurables) que el tiempo se parase en el mismo lugar que, aún sin querer, soportaba mis golpes de agua dulce sobre su arenosa superficie. Mismo lugar, pero no momento. El inolvidable fragmento de tiempo elegido transcurrió, válgame la redundancia, hace tiempo ya. Aunque no el suficiente como para que el oleaje de días, meses y agua borrase lo allí sucedido, cuando bajo una primaveral luz de luna me lancé al abismo de tus encantos, poniéndole nombre a algo innombrable.
Pero ya veis, aquí me tenéis recreando en estas letras mis ahogados sentimientos de última hora. Un deseo mal logrado, malgastado, aunque no por ello indeseable, pues aún añoro ocurra lo deseado. Pensándolo bien, quizá por suerte y no por desgracia, esa irrepetibilidad del momento es lo que lo hizo y, aún a día de hoy, lo hace inolvidable.
Volviendo al asunto del azar de los deseos, quién sabe, quizás dichos sucesos aleatorios no lo sean tanto, y solamente formen un simple grano de arena más en nuestro caminar. Lo cual demuestra de nuevo que en este mundo en el que vivimos no existe más justicia que la de aquél que se la crea y cree por su propio bien, en el caso de que a eso se le pueda llamar justicia, claro.
Sin más que decir, deseo (de verdad, de corazón) que les vaya bien o, al menos, mejor que a mí.

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