lunes, 22 de noviembre de 2021

#unmesdeescritura - Día 10: Mi yo en negativo

Ten esta fotografía en tus manos
y observa bien sus líneas:
en ella me verás.
¿Que no? Oberva:
bajo los contornos
de mi mirada
relucen de gris oscuro
toda una retahíla de injusticias
que la sociedad pegó a mi alma.
Esos bordes que definen el fotograma
los definen a su vez
la soledad de una familia lejana,
la falsa querencia para conmigo
de cualquier amistad que me rodea,
la ausencia de cariño.
Si oteas las profundas sombras
bajo mis hombros,
distinguirás nítidos los momentos
en los que mis ojos se tuvieron
para sí mismos
y para nadie más.
Verás lucir en el pecho
una hondonada jamás rellenada
y un vacío para nada hedonista
en mi estómago también.
Fíjate en mis manos:
callos y callos y callos
y más callos adornando mis nudillos;
fíjate en mis brazos:
restos de suturas anteriores
sobresaliendo por las mangas;
fíjate en mis pies:
el rastro impoluto de la limpieza que envuelve
unos zapatos que nunca pisaron calle alguna.
Al fondo reluce la montaña.
Sobre ella relucen las nubes.
En mi testa un atisbo de tormenta.
Baja la mirada y
encuentra tristeza en la mía,
un rictus impasible y serio
donde debería habitar la sonrisa,
una extraña claridad en mi garganta,
como de quien alza la voz
y el resto se obligan a escucharle.

¿Te sorprende? ¿Te extraña algo?
¿Acaso no sea yo ese, no me reconoces ahí?

No desesperes, no le des la vuelta
a la fotografía: revélala tan solo.
En ella me verás.

domingo, 21 de noviembre de 2021

#unmesdeescritura - Día 9: Escribe una reseña de un sitio al que no hayas ido.

Reseña escrita por Don Cobacho para Casa del terrón de la feria de Mollina - 4 estrellas de 5 ★★★★☆.

Mis amistades y yo andábamos buscando algo de acción terrorífica para complementar la tarde de desfase etílico que caracterizan las ferias de pueblo a las que solemos ir de vez en cuando. Nuestro amigo A.J. nos propuso ir a una casa del terror que había visto a la entrada del pueblo, así que le hicimos caso y nos dirigimos hacia allí cerveza en mano.

Ya de entrada nos sorprendió que la entrada fuera gratuita y que la fachada del local estuviera toda adecentada con colores pastelosos y figuritas dulzonas, pero aún así accedimos a su interior para comprobar en nuestras pieles el mantra tan extendido de que las apariencias engañan.

Al entrar, nos recibió una señora mayor embutida en un vestido de tela áspera y color rosa palo, coronada con unos bucles tan tiesos en su peinado que cualquiera diría que todavía llevaba puestos los rulos de la peluquería. Una de nuestras amigas no pudo evitar lanzar un grito de pavor mientras se tapaba los ojos, aunque al tratar con la dulce abuelita, sospechamos que el susto no provino de ella sino de la rodofobia de Rosa. Tiene malaje que la pobre tenga un miedo atroz a su color homónimo, el rosa. Tras la confusión generada por el grito, Rogelia, que así se llamaba la amigable portadora de rulos, nos ofreció unas delicias de pistacho mientras nos invitó a pasar a la segunda estancia de la casa. El nombre de estos dulces árabes no podía ser más adecuado, he de decir. 

Al pasar a la siguiente sala a través de un angosto pasillo de paredes negras, nos recibió un hombre de mediana edad con una redecilla tapando su incipiente calvicie y un delantal manchado de rojo sangre, blandiendo un rodillo de panadero en su mano derecha. Esta vez el que gritó fui yo, pero no por el rodillo enharinado ni las manchas de rojo de su delantal, que no era más que colorante alimenticio, sino porque el susodicho era clavadito a mi amigo Manuel, al que aún debo 50 € desde hace 2 años, y que espero que no tenga como hobbie leer reseñas de Google como esta (Manuel, si lees esto, te pago el mes que viene, juraíto). Al parecer, el hombre no era más que el responsable de amasar y hornear los bizcochos de una tarta que nos dió a probar. ¡Estaba de categoría! Posiblemente la mejor red velvet que habré probado en mi vida.

Tras chuparnos los dedos para borrar todo resto rojizo de nuestras manos, nos encaminamos a la siguiente estancia, de la que provenía un sonido metálico repetitivo, como de cuchillos entrechocando y cercenando cartílagos. María tomó la iniciativa y fue la primera en asomar la cabeza por el marco de la puerta. Nada más hacerlo se giró, nos devolvió una mirada temblorosa perdida en la palidez de su cara, y musitó un lastimero "no, no, no, por favor, no... otra vez no..."  mientras se dejaba caer al suelo deslizando su espalda por la pared. Rosa, que ya se había recuperado del primer susto, la abrazó y la ayudó a levantarse al tiempo que A.J. y yo entrábamos en la sala. Al entrar pudimos comprobar que, efectivamente, ahí se daba lugar una de las escenas más temidas por María: cuatro personas se esmeraban, espátula en mano, a cortar cientos de caramelos de azúcar en sus mesas de trabajo. Y es que nuestra pobre amiga recibió un caramelazo en el ojo izquierdo siendo pequeña, y desde entonces le tiene pánico a los caramelos (y a las cabalgatas de Reyes Magos); así que pasamos lo más rápido posible por allí no sin antes aprovechar para coger un puñado de caramelos de fresa y de limón que nos ofrecieron quienes allí estaban.

Al cruzar la que parecía la penúltima puerta, quien saltó al grito de "¡AARGH, MUERTE!" empujándonos para escapar por donde habíamos accedido, fue quien nos propuso entrar a esta particular casa del terror: nuestro amigo A.J.. Después del barullo que formó al lanzarse sobre nosotros, pudimos recomponernos y salir a la última estancia para reírnos con lo que había provocado el susto de Apolinario Juscelino, disléxico de nacimiento y que siempre se presenta como A.J. (por razones obvias): en la pared del fondo, sobre la puerta de salida, unas luces de neón rojo iluminaban un cartel que decía ¡Muerde! con una flecha apuntando a una estantería repleta de magdalenas y brownies de chocolate. Hicimos caso del cartel, y tomamos un par de piezas cada uno para salir a la calle tras despedirnos de Rogelia.

Al final del día, con tanto dulce y caramelo, los cuatro acabamos cagándonos las patas abajo. Como, a fin de cuentas, era lo que buscábamos desde un principio, puntúo con 4 estrellas sobre 5 a esta Casa del Terrón.

P.S.: Nunca dejéis a un disléxico encargarse de la organización de nada.

sábado, 20 de noviembre de 2021

#unmesdeescritura - Día 8: ¿Qué hacías un 9 de agosto de hace X años?

Como soy un poco bastante testarudo, a pesar de haber pasado ya más de tres meses desde que Elena Medel nos propusiera los ejercicios de su #unmesdeescritura para 2021, me he propuesto retomarlos allá donde los dejé: en el octavo día del reto. Con la premisa ¿Qué hacías un 9 de agosto de hace X años? he elaborado este mini relato de fantasía con tintes oscuros.

Tal día, no como hoy, puesto que es 20 de noviembre y no 9 de agosto, andaba yo perdido entre manglares de un verde caústico para las retinas de quienes miran sin ver, buscando en la salinidad de sus aguas el toque extra de sabor que excitase las pupilas gustativas de mi lengua. Cuando el baño de placer parecía acariciar mi cuerpo y mente, atrayéndome hasta lo más profundo de su horizonte, vislumbré de entre las ondas de luz que atravesaban su superficie el brillo marfilado de la bestia que en su remanso dormitaba.
En sus colmillos encontré el recuerdo de las marcas sobre mi piel, el temor a sangrar de nuevo sin saber si me salvaría en esta ocasión. Pero la experiencia es un grado, y conociendo las propiedades de arenas movedizas que se escondían en sus garras, comencé la huida con la sutileza con la que una serpiente se acerca reptando por la espalda de su víctima, pero en sentido contrario. Debía ser cauteloso, cualquier movimiento brusco activaría su mecanismo de caza y provocaría mi caída en sus redes como una mosca cae en una telaraña.
Me aparté con toda la delicadeza de la que me pude armar, e intenté sacar los pies de la ciénaga en la que se estaba convirtiendo el paisaje. Pisé en falso. Aún no discierno el motivo que me empujó a agacharme de nuevo a la orilla para beber de sus mieles, pero fuera cual fuera la causa, fue mi perdición. Pisé en falso y el fango rodeó mis tobillos. El mero esfuerzo de levantar una pierna hacía que la otra se hundiese más por mor de la succión que el barro ejercía sobre mi cuerpo. Quedé atrapado de nuevo.
Todo este suceso no ocurrió un nueve de agosto, puesto que para entonces ya me hallaba sumergido por completo bajo la superficie, danzando cual rémora hambrienta siempre a remolque, rezagada tan solo unas pocas decenas de centímetros de la bestia que me marcaba el camino. Suena irónico, lo sé, y de hecho lo es con toda razón: al verme frente a sus fauces, quise escapar; mas una vez apresado, era yo mismo quien se apresuraba a seguirle el paso y posicionarme allá donde su mordida fuera factible, allá donde la dentellada fuera letal. Supongo que todos llevamos un suicida dentro que toma las riendas de vez en cuando, y el mío las tomó guiándome a lo más oscuro de mis temores, conduciéndome al infortunio.
Hoy, veinte de noviembre del vigésimo primer año de este segundo milenio de vida de nuestra civilización, y tras mucho tiempo nadando en estas aguas, recurro a este recuerdo para no olvidar lo que fui, para que los últimos resquicios del humano que fuera en su momento renazcan de entre las escamas y despierte en mí la necesidad de abandonar este manglar del que ahora yo soy el rey. Del que ahora yo soy la bestia.

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Tu lado favorito del sofá

Te encuentras en mi lado favorito del sofá, el izquierdo, sentado con el cuerpo levemente girado hacia mí y con esa mirada que tanto me cautiva. Sin pensármelo dos veces me sitúo donde mi deseo me llama: a horcajadas sobre ti. Noto a través de mi pijama el tacto de tus manos bajando por mi espalda mientras yo te lamo el cuello libre de la timidez del primer día. Acompaño el movimiento de mi lengua con un leve contoneo, casi como un suspiro, hacia adelante y hacia atrás mientras aprieto mis caderas contra las tuyas. Me las agarras con fuerza y aprietas aún más tu cuerpo con el mío. Te vuelvo a lamer desde el pecho hasta la barbilla y te muerdo el labio inferior mientras separo tus brazos de mi cuerpo. Los coloco por encima de tu cabeza formando una X, apresando con solidez tus muñecas con una orden implícita en mi mirada: no puedes tocarme. Haces presión, pero yo soy más fuerte que tú y mi posición superior te tiene ganada la batalla. Sólo yo puedo besarte, y aunque intentes zafarte no lo consigues: cuanto más hacia atrás te echas, más me acerco yo a tu boca. Te tengo donde yo quería: contra la pared. Pero no te beso, no. No lo mereces. Sólo suelto mi aliento sobre tus labios haciéndote desear más. Intentas besarme, pero no llegas. Mi cuerpo se contonea como el de una serpiente esquivando tus ataques, danzando sobre el tuyo con movimientos sutiles. Te tengo a mi merced. Por mucho que lo intentes, no conseguirás librarte de mi presa, y sé que eso te excita todavía más. Me retuerzo de cintura para arriba y dejo caer mi pelo en tu frente. Mis rizos te hacen cosquillas, y observo cómo tus manos hacen el intento de agarrar mi cara con brío. Gimes en silencio con la boca abierta hacia arriba como un lobo que aúlla a su luna llena, y dejas que la melena te recorra la cara, la nariz, la boca... hasta que aflojas el cuerpo bajo mi sonrisa. Parece que has aprendido la lección. Aquí la loba soy yo y tú sólo eres un perro sumiso. Eso es ¡buen chico! Te muerdo suavemente en el cachete y libero tus manos como premio a tu obediencia. Con mis rodillas apoyadas sobre el sofá sujeto mi peso para hacer fuerza con mi pelvis sobre tu vientre. Tu cara cae en mi pecho ahora, buscando la curva del placer. Yo sigo apretando con tus caderas, bajando y subiendo, jugando con tu erección. Me enloquece sentirte erecto, excitado, suplicando por más, así que me quito la camiseta, total, me está sobrando ya. Aún no me la he quitado del todo, y ya te has lanzado a mi pecho, ávido de contacto. Muerdes mi sujetador. Con una mano buscas el cierre y con la otra el pezón que esconde el encaje. Tiras de él hasta conseguir dejarlo libre y comienzas a lamerlo y mordisquearlo con ternura. Te inclinas hacia atrás para tomar aire y me devuelves esa mirada que tanto me pierde. Ésa que tanto me acalora. Adviertes el fuego en mi cara, te quitas la camiseta y percibo cómo tu pecho arde también. Bajo por el surco de tu vello besando cada centímetro de piel, demarcando tu torso con mis labios. Llego a tus pezones, que se encogen al tacto con mi lengua, y acaricio tu espalda con las uñas. Puedo apreciar cada poro de tu piel alzando las manos al viento. Se te eriza todo el vello del cuerpo hasta provocar el escalofrío. Sigo bajando besito a besito, despacio, impregnando tu vientre con mi aliento, recreándome en tu ombligo y acariciando tus piernas con mis dedos. Mi pelo te hace cosquillas en la barriga, te retuerces y consigues quitarte la ropa interior como si alguien tirase de un hilo anclado a su parte inferior. Alargo el instante en el que mi boca acaricia tu pelvis hasta la extenuación, hasta que te echas hacia atrás en el sofá estirándote por pura desesperación. Juego un poco, sólo un poquito con mis manos y tu vello púbico, y cuando noto que la lujuria está a punto de reventar tu polla, empiezo con la felación. La cojo entre mis manos y la beso. Suspiras de placer con los ojos enfocados en el techo. Bajo y subo mi lengua por el tronco, la acaricio con la mano y vuelvo a voltear la lengua alrededor de ella. Te miro de rodillas, me devuelves una mirada salvaje, y abro la boca con determinación para introducírmela en ella. Noto tu pene ardiendo, casi quema, pero mi humedad sofoca el incendio. Aprieto tu cadera contra mi cara. Notas mi lengua acariciando por debajo, acompañando el movimiento hacia adentro con mis manos en tus nalgas. La saco suavemente de la boca, pero succionando con vigor hasta sentirte gemir desde lo más hondo de tu garganta. Vuelvo a mirarte con lascivia, con una sonrisa maligna coronando la punta de tu polla. Juego con ella, la muevo de un lado a otro con la lengua. Tu cara me pide más, más hondo, más saliva, pero soy yo quien manda. Intentas levantarte para ayudar con la penetración de mi boca, pero tus piernas flaquean y te tumbas. No puedes más, el placer te tiene totalmente domado. Me enternezco y vuelvo a metérmela en la boca ardiendo para complacerte. Esta vez hago más presión, más rápido, más succión. Me pides que no pare, que siga así. Pero no, cariño mío, ya sabes que conmigo las cosas no funcionan de esa forma. Así que paro en seco y me subo encima. Repito: aquí mando yo. Dejo que mi sexo acaricie tu pene. Siento cómo esto provoca todavía más calor en nuestros bajos. Te escucho respirar hondo deseando la penetración, y me estiro hacia atrás extasiada, recreándome en tus ganas. Me apoyo con mis manos en tus rodillas y con mi pelvis doy rienda suelta al rozamiento: bajo, subo y giro, bajo subo y vuelvo a girar. Me gustaría tenerte así durante minutos, suspirando por entrar en mi cuerpo, y provocar tu orgasmo sin que tan siquiera hayas conseguido penetrarme ni unos centímetros, ¡pero no! Yo también quiero ¡Quiero más! ¡Quiero sentirte adentro! Así que me incorporo sobre mis rodillas, levanto el culo y marco con mis manos el camino hacia el interior. Me coloco sobre mis pies y comienzo a subir y bajar con esas sentadillas que tanto te gustan. La entrada y salida es limpia. Certera. Somos como la cinta de Möebius: tu piel termina donde empieza la mía. No hay principio ni fin, nada nos separa. Gimes sorprendido. Estás bajo mi mando y te dejas hacer. Te dejas follar. "¡Joder con Mar!" pensarás, "siempre quiere más, ¿no? pues más le daré". Así que forcejeas para echarme a un lado. Intentas quitarme de encima tuya para tomar el mando. ¿Voy demasiado rápido, cariño? Seguro que te gustaría que te la volviera a chupar para no correrte tan rápido, ¿verdad? Casi consigues erguirte sobre tu culo pero, aunque me fallen las fuerzas, te empujo de nuevo contra el sofá, salto encima y te vuelvo a follar. Soy una amazonas sobre tu cuerpo. ¡Más fuerte, más y más salvaje! Me inclino sobre tu pecho para poder aumentar la velocidad. Te agarras con fuerza a mis nalgas. Las acompañas con un movimiento espasmódico mientras giras tu cabeza hacia atrás y gritas con rabia y placer al mismo tiempo. Yo sonrío y aúllo a la luna. Te lo vuelvo a recordar por si no ha quedado claro: aquí-soy-yo-la-loba. Y la loba está deseando verte acabar...