jueves, 26 de agosto de 2021

#unmesdeescritura - Día 6: Te escribo a ti, sí: a ti.

¡Hey! Hola, ¿qué tal? Hace tiempo que no hablamos. El uno con el otro, me refiero. Con otra gente sí que hablamos. E incluso hablar por hablar, que no es hablar al cuadrado sino a la soledad ¿Qué razón ibas a tener, si no, para hablar con alguien por el simple hecho de hablar por hablar? Yo lo veo así, vamos, no sé tú qué pensarás. Y voy más allá, ¿por qué estamos hablando ahora? ¿Qué motivo nos ha llevado a mí a escribirte a través de este ejercicio, y a ti a mantener este diálogo conmigo mientras me lees, si no es la mera evasión de nuestras soledades? ¿Cómo que esto no es un diálogo? ¿Acaso no acabas de contestar eso mismo, que no es un diálogo porque el único que habla aquí soy yo y tú tan solo te limitas a leer? Bueno, podría ser, pero te olvidas de que el diálogo consta de tres partes: el emisor -yo-, el receptor -tú-, y el mensaje, que no es otro que... espera, ¿cuál era el mensaje? Vaya, no lo recuerdo, la verdad. Es más, si te soy totalmente sincero, mi idea principal para abordar este ejercicio era otra. No pretendía crear esta conversación surrealista contigo en la que abundan las preguntas y faltan las respuestas. Más bien al contrario: lo que yo quería era proponerte respuestas a esas dudas que ni tan siquiera sabías que existían. Quería buscar contigo un significado en conjunto para frases y versos aparentemente inconexos. Jugar con palabras que jamás hubieras imaginado que podrían ir de la mano en una misma oración. Hallar el hilo sentimental que nos conecte y tirar de él para acercarte, literatura mediante, a un lugar común en el que tú y yo pudiéramos compartir algo más que las maravillas o desavenencias de esta época que nos ha tocado vivir. Quería hacer todo eso y quién sabe si se me hubiera ocurrido algo más por el camino. Pero aquí me ves, malgastando estas últimas líneas que dedico al ejercicio de hoy para lamentarme, de nuevo, por no haberte llegado a emocionar. Una vez más.

martes, 24 de agosto de 2021

#unmesdeescritura - Día 5: El Apodo

Los apodos de mi infancia, los primeros que recuerdo al menos, eran basados en mi segundo apellido, Cobacho, con el que me presentaba (y me sigo presentando) orgulloso, y que trataban de modificar o rimar por tal de chincharme. Jamás lo consiguieron, pues así yo escuchaba cualquiera de las dos variaciones que más asiduamente usaban, inmediatamente hacía algo para agenciármelos como seña de identidad o como broma para que no surtieran el efecto deseado sobre mí. De esta forma, si en los pasillos del colegio o en el patio de recreo alguien me gritaba ¡Gazpacho!, raudo corría yo a imitar a la famosa piña de Los Fruittis, o a usar su diminutivo como apodo o avatar en los juegos en los que gastábamos el tiempo libre: Gazpi. Con el tiempo pensé que usar ese diminutivo era algo ridículo, aunque a mí me hacía sentir guay, y tampoco me importó nunca hacer el tonto ante el resto cuando me ponía a imitar a Gazpacho, pues mi única forma de llamar la atención siempre ha sido a través del humor, haciendo reír. Pronto se cansaron de intentar enfurruñarme con este mote, y pasaron al canto de ¡Cobacho borracho! ¡Cobacho borracho! Si las personas que intentaron molestarme con ese cántico me hubieran visto 10 ó 15 años después... No sabrán nunca la razón que tenían. Tampoco yo lo sabía por aquel entonces, por lo que mi manera de zafarme de la burla era tambaleándome -como lo hiciera décadas después- mientras entonaba con la boca torcida el "Ahí lleva razón" de la chirigota gaditana "El que la lleva la entiende" (conocida como Los Borrachos), o cantando su estribillo "paaam parapa parapachín, pim pim [...] tampoco es pa' ponerse ahín" y rematando con la pose flamenta de El Selu y compañía. Lo cierto es que esta broma no la entendían la gran mayoría, puesto que pocos críos de un colegio de primaria del sur de Córdoba tenían por costumbre escuchar las coplas del Carnaval de Cádiz tanto como yo lo hacía en casa. Pero como a mí me veían disfrutar con el nuevo mote, pues de nuevo dejaron de usarlo. Cobacho 2 - carajotes 0. 

En mi adolescencia no hubo apodos, que yo recuerde. Insultos a miles, sí, pero apodos ninguno. Toda persona que me conociese me conocía por lo que yo quería que me conociesen: mi apellido. Bueno, esto fue así en mi pueblo natal, donde se desarrollaba mi vida durante el curso escolar, con la idiosincrasia de las relaciones abusivas y de poder que ello conllevaba. En cambio, en el lugar donde veraneaba y pasaba el resto de festivos, la cosa cambiaba. Allí las amistades íbamos a disfrutar, a pasarlo bien y aprovechar el pequeño período vacacional en el que coincidíamos, así que los apodos y motes eran diferentes, entrañaban más una relación de cariño que de afrenta. Aunque, por supuesto, los motes estaban puestos a maldad. Con cariño, sí, pero con mala leche también: estaba el Paja, el Labio, el Cabra -que pasaría luego a ser el Loncha-, el Gafa o Harry Potter... Como podéis imaginar, todos los motes ensalzaban algún punto entrañable de nuestro físico o nuestro comportamiento: la Fresita, el Alemán, la Tetona,... en fin, la lista es casi interminable. A mí me tocó ser, por haber nacido antes que ninguno de ellos, el Abuelo. Este mote sigue vigente casi 20 años después (al igual que el de todos), aunque ya no sea el mayor del grupo, pues éste fue creciendo con el tiempo y se incorporaron nuevas personas que me sacaban unos meses de vida como mínimo.

Hasta la fecha, esa es mi historia con los apodos. Hubo épocas muy puntuales en las que me llamaban "El gaditano" cuando estaba en Córdoba, y "El cordobé" cuando estaba en Cádiz. Hubo gente que jamás supo cuál era mi nombre real, o que lo conocieron a los años de conocerme, pues siempre me decían "el de los chistes" o "el de las chirigotas" cuando no me llamaban por Cobacho.

Desconozco el mote por el que me conocen en mi trabajo actual, igual que tampoco llegó a mis oídos cómo me llamaban en mi antigua empresa. Me gusta pensar que la relación que mantengo con mis compañeros les impide ponerme algún apodo hiriente. Pero sé que es una vana esperanza, pues todos, absolutamente TODOS, tienen el suyo. En ocasiones he pensado que quizá me conozcan, y con mucho acierto, como el Buenavida. No sería mal apodo, después de todo.

No me importa. Sea cual sea, me apropiaré de su significado como lo he hecho con todos los anteriores, para añadir a mi persona, no solo las facetas de mi pasado que han ido forjando mi personalidad, sino también el reflejo de lo que soy a ojos de las personas que me rodean.

lunes, 23 de agosto de 2021

Luces y sombras

Con la puerta abierta y la persiana entrecerrada, la habitación deja de ser un receptáculo sólido donde alojar sudorosas nuestras pieles erizadas, para pasar a ser tan solo -y no tan solo- un juego chino de luces y sombras sobre la pared. De los pliegues de la tela surgen montañas escarpadas dibujando olas marinas sobre la enredadera de barrotes oscuros que esconde el cabecero. Vistos desde el sur de tus límites geográficos, los haces difusos de la ventana parecen las líneas discontinuas de una autopista con más curvas que tramos rectos. Sobre la almohada intuyo un doble cartel circular que me invita a tomar la próxima salida. Obedezco, obedecemos, y hacemos de nuestro deseo dos segmentos que convergen bajo el horizonte. Al contacto con la humedad, amanece de entre los cojines una ristra de ramitas fértiles anunciando el suspiro tras la nuca, la caricia de seda a medio milímetro de distancia. El rayo alcanzando la grieta en mitad de la tormenta para iluminarlo todo con su flash certero. Giramos el mundo, observo la ventana de nuevo. Pareciera que la profundidad de nuestra respiración obligue a la luz a ir descendiendo el reflejo sobre el cristal. Su intensidad varía en proporción inversa a la velocidad de nuestras sombras. Cuanto menos luz, más fuerza. Mayor el rugido. La tarde va acabando. Miro hacia arriba: en el techo se dibujan unas alas enormes, infinitas. Desisto de la eternidad y, con la espalda arqueada y en la boca un silencio sordo, permito el abrazo de cada una de sus plumas hasta que el sol se despide del último resquicio del colchón dejándonos exhaustos bajo la oscuridad del ocaso.

domingo, 22 de agosto de 2021

#unmesdeescritura - Día 4: El poema de amor

He atado de nuevo
a la silla un cascabel
que me alegra los sentidos
con el ¡ding, ding, ding!
de su movimiento.

Ahora, la rutina diaria
es tan efímera
como el tiempo
que tarda el corazón
en dar un respingo
con el ¡ding, ding, ding!
de su movimiento.

Hago así del caminar
un baile liviano
sobre las aceras.
La atmósfera no pesa ya
sobre mis hombros.
Si una nube aparece,
rauda se desvanece
con el ¡ding, ding, ding!
de su movimiento.

¡Ding, dong, ding!
¡Dong, ding, dong!

La lluvia aclara mi sonrisa.

¡Dong, ding, dong!
¡Ding, dong, ding!

El viento empuja los pesares.

¡Ding, doding, dong, ding!

No existe en la calle un hombre
que adore como yo
a este cascabel.

¡Coge asiento, chiquilla!
Pongámosle nombre a los recuerdos
con el ¡ding, ding, ding!
de su movimiento.

miércoles, 4 de agosto de 2021

#unmesdeescritura - Día 3: Cambia una palabra del poema que te inspire.

En la propuesta de hoy, Elena Medel nos invita a pensar en aquellos textos ajenos que admiramos, y que nos inspiran. "¿Cuál es tu poema favorito? ¿Tu relato favorito? ¿Tu novela favorita? ¿Tu etcétera favorito? ¿Y por qué? Escógelo, transcríbelo... y cambia una palabra."

Por lo que, después de escoger dicho texto, debemos cambiar la palabra que le da sentido, el número, el género... Convertir el texto ajeno en uno propio.

Yo he escogido un poema que escuché en directo, recitado por la autora, y cuyo último verso me dejó sin aliento. Gracias al poema adquirí el poemario completo, y fue una gran experiencia poder degustarlo. Se trata del poema Dimensiones, del libro El guante de plástico rosa, de Dolors Miquel.

"¿Cuánto es cero multiplicado por infinito? ¿Y amor multiplicado por cero? ¿Y Muerte dividida entre infinito? ¿Cuánto es la vida más uno? ¿Cuántos somos tú menos yo? Lo intentes como lo intentes, si abres la puerta, nunca abres la puerta. Es el lenguaje quien la abre por ti. Yo tan solo entro. No hay ninguna puerta. Es como la mano. Es todo. No existe la mano. Es una palabra, como un señalador de caminos y fronteras. Yo solo entro. El instante finito de mi infinito entra en ti. Cuando tú no estás. Con esa manera tuya de no estar. En esa infinita manera tuya de no estar. Tú no lo intentes. Aquí no estás. Todavía no se han creado los matemáticos. El cielo está lleno de ángeles. Reina el estómago. Nada de cerebros. Seguro que mañana nieva. El día no tiene ventana barreras."

#unmesdeescritura - Día 2: El lugar donde escribo

El lugar donde escribo es un espacio estanco a simple vista, mal ejemplo del feng-shui y del minimalismo, pues es más bien muestra clara del horror-vacui más acérrimo.
El lugar donde escribo dispone de paredes irregulares en forma, color y textura.
Sus superficies son bien lisas, bien colmadas del gotelé de nuestra infancia.
Lo rodean jardines de pequeños arbustos de hoja caduca, y sus ventanales me plantean las vistas que yo desee según donde lo lleve conmigo.
Es el único lugar en el que la escritura me es permitida, pues sólo en su interior hallo las historias, pensamientos o cavilaciones que luego, con mayor o menor acierto, plasmo sobre el papel.
Precisa siempre, siempre, siempre de luz, y me ofrece una mayor sensibilidad a la presencia de musas si lo empapo con cerveza.
El lugar donde escribo no es un rincón secreto -no del todo-, pues lo luzco a la vista de cualquiera que lo quiera observar.
Tal vez incluso le permita la entrada a quien lo quiera disfrutar.
No sea quizás el mejor lugar donde escribir, pero es el que tengo. 

Es lo que soy.

lunes, 2 de agosto de 2021

#unmesdeescritura - Día 1: "Me acuerdo"

Tal y como hiciera hace tres años, en 2018, me uno al reto de #unmesdeescritura de la poeta cordobesa Elena Medel, consistente en seguir unas pautas o ejercicios que ella misma irá compartiendo a diario en Instagram para ayudar a la inspiración y la creatividad en la escritura. 

El primer ejercicio es un clásico en su reto, empezar escribiendo "Me acuerdo" para dejar que la imaginación o el recuerdo hagan el resto. Como dice Elena "¿quién no tiene memoria a la que recurrir? Me parece una propuesta tan sencilla como generosa; verás que surgen y surgen las ideas".

Así que, me he puesto manos al cuaderno, y ha salido lo siguiente (sin corregir ni ná, en crudo):

Me acuerdo de todo aquello que ocurrió sin necesidad de haberlo vivido en mis carnes. Es así que me acuerdo de la concupiscencia ardiente del soldado de invierno mientras caminaba solitario por los senderos mal elegidos de la Siberia más gélida. Como me acuerdo también de los toques de palmas exactos que has de componer para llamar a las alegrías hacia ti aunque sea en formato de palo flamenco. Un dos, un-dos tres, un dos-tres, undostres-undostres, un dos, un-dos tres, un dos-tres, undostres-undostres. Me acuerdo del ¡pim pa-pará pa-chín! de la alegria resonando por los pasillos del verano cuando el calor y el frío aún no existían y las estaciones se dividían tan solo en ocio y diversión o tedio y obligación. Me acuerdo del tigre corriendo certero tras la grupa del último rinoceronte vivo. Me acuerdo de mi ignorancia al desconocer si la nutricionista de la pirámide alimenticia le permitía comer rinoceronte al tigre. De hecho, me acuerdo más de lo que ignoro por desuso que de lo que recuerdo por haber absorbido correctamente. La indigestión de los conocimientos. Me acuerdo, sin embargo, de haber sido feliz. De haberlo sido en compañía y en soledad. A diario me recuerdo que no hay motivos, aunque lo parezca -la soledad, la incertidumbre, el vacío, el desasosiego-, para no serlo. Me acuerdo de nuevo de haber sido feliz. Feliz de una forma diferente a como lo soy ahora, pero feliz al fin y al cabo. Quizá por eso la ausencia de fechas en mi cuaderno; quizá por eso la no existencia de los días en este diario; quizá por eso el deshábito de escribir. Me acuerdo ahora, pues, de que en ello estamos. De que por eso estoy aquí.