lunes, 23 de agosto de 2021

Luces y sombras

Con la puerta abierta y la persiana entrecerrada, la habitación deja de ser un receptáculo sólido donde alojar sudorosas nuestras pieles erizadas, para pasar a ser tan solo -y no tan solo- un juego chino de luces y sombras sobre la pared. De los pliegues de la tela surgen montañas escarpadas dibujando olas marinas sobre la enredadera de barrotes oscuros que esconde el cabecero. Vistos desde el sur de tus límites geográficos, los haces difusos de la ventana parecen las líneas discontinuas de una autopista con más curvas que tramos rectos. Sobre la almohada intuyo un doble cartel circular que me invita a tomar la próxima salida. Obedezco, obedecemos, y hacemos de nuestro deseo dos segmentos que convergen bajo el horizonte. Al contacto con la humedad, amanece de entre los cojines una ristra de ramitas fértiles anunciando el suspiro tras la nuca, la caricia de seda a medio milímetro de distancia. El rayo alcanzando la grieta en mitad de la tormenta para iluminarlo todo con su flash certero. Giramos el mundo, observo la ventana de nuevo. Pareciera que la profundidad de nuestra respiración obligue a la luz a ir descendiendo el reflejo sobre el cristal. Su intensidad varía en proporción inversa a la velocidad de nuestras sombras. Cuanto menos luz, más fuerza. Mayor el rugido. La tarde va acabando. Miro hacia arriba: en el techo se dibujan unas alas enormes, infinitas. Desisto de la eternidad y, con la espalda arqueada y en la boca un silencio sordo, permito el abrazo de cada una de sus plumas hasta que el sol se despide del último resquicio del colchón dejándonos exhaustos bajo la oscuridad del ocaso.

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