martes, 24 de agosto de 2021

#unmesdeescritura - Día 5: El Apodo

Los apodos de mi infancia, los primeros que recuerdo al menos, eran basados en mi segundo apellido, Cobacho, con el que me presentaba (y me sigo presentando) orgulloso, y que trataban de modificar o rimar por tal de chincharme. Jamás lo consiguieron, pues así yo escuchaba cualquiera de las dos variaciones que más asiduamente usaban, inmediatamente hacía algo para agenciármelos como seña de identidad o como broma para que no surtieran el efecto deseado sobre mí. De esta forma, si en los pasillos del colegio o en el patio de recreo alguien me gritaba ¡Gazpacho!, raudo corría yo a imitar a la famosa piña de Los Fruittis, o a usar su diminutivo como apodo o avatar en los juegos en los que gastábamos el tiempo libre: Gazpi. Con el tiempo pensé que usar ese diminutivo era algo ridículo, aunque a mí me hacía sentir guay, y tampoco me importó nunca hacer el tonto ante el resto cuando me ponía a imitar a Gazpacho, pues mi única forma de llamar la atención siempre ha sido a través del humor, haciendo reír. Pronto se cansaron de intentar enfurruñarme con este mote, y pasaron al canto de ¡Cobacho borracho! ¡Cobacho borracho! Si las personas que intentaron molestarme con ese cántico me hubieran visto 10 ó 15 años después... No sabrán nunca la razón que tenían. Tampoco yo lo sabía por aquel entonces, por lo que mi manera de zafarme de la burla era tambaleándome -como lo hiciera décadas después- mientras entonaba con la boca torcida el "Ahí lleva razón" de la chirigota gaditana "El que la lleva la entiende" (conocida como Los Borrachos), o cantando su estribillo "paaam parapa parapachín, pim pim [...] tampoco es pa' ponerse ahín" y rematando con la pose flamenta de El Selu y compañía. Lo cierto es que esta broma no la entendían la gran mayoría, puesto que pocos críos de un colegio de primaria del sur de Córdoba tenían por costumbre escuchar las coplas del Carnaval de Cádiz tanto como yo lo hacía en casa. Pero como a mí me veían disfrutar con el nuevo mote, pues de nuevo dejaron de usarlo. Cobacho 2 - carajotes 0. 

En mi adolescencia no hubo apodos, que yo recuerde. Insultos a miles, sí, pero apodos ninguno. Toda persona que me conociese me conocía por lo que yo quería que me conociesen: mi apellido. Bueno, esto fue así en mi pueblo natal, donde se desarrollaba mi vida durante el curso escolar, con la idiosincrasia de las relaciones abusivas y de poder que ello conllevaba. En cambio, en el lugar donde veraneaba y pasaba el resto de festivos, la cosa cambiaba. Allí las amistades íbamos a disfrutar, a pasarlo bien y aprovechar el pequeño período vacacional en el que coincidíamos, así que los apodos y motes eran diferentes, entrañaban más una relación de cariño que de afrenta. Aunque, por supuesto, los motes estaban puestos a maldad. Con cariño, sí, pero con mala leche también: estaba el Paja, el Labio, el Cabra -que pasaría luego a ser el Loncha-, el Gafa o Harry Potter... Como podéis imaginar, todos los motes ensalzaban algún punto entrañable de nuestro físico o nuestro comportamiento: la Fresita, el Alemán, la Tetona,... en fin, la lista es casi interminable. A mí me tocó ser, por haber nacido antes que ninguno de ellos, el Abuelo. Este mote sigue vigente casi 20 años después (al igual que el de todos), aunque ya no sea el mayor del grupo, pues éste fue creciendo con el tiempo y se incorporaron nuevas personas que me sacaban unos meses de vida como mínimo.

Hasta la fecha, esa es mi historia con los apodos. Hubo épocas muy puntuales en las que me llamaban "El gaditano" cuando estaba en Córdoba, y "El cordobé" cuando estaba en Cádiz. Hubo gente que jamás supo cuál era mi nombre real, o que lo conocieron a los años de conocerme, pues siempre me decían "el de los chistes" o "el de las chirigotas" cuando no me llamaban por Cobacho.

Desconozco el mote por el que me conocen en mi trabajo actual, igual que tampoco llegó a mis oídos cómo me llamaban en mi antigua empresa. Me gusta pensar que la relación que mantengo con mis compañeros les impide ponerme algún apodo hiriente. Pero sé que es una vana esperanza, pues todos, absolutamente TODOS, tienen el suyo. En ocasiones he pensado que quizá me conozcan, y con mucho acierto, como el Buenavida. No sería mal apodo, después de todo.

No me importa. Sea cual sea, me apropiaré de su significado como lo he hecho con todos los anteriores, para añadir a mi persona, no solo las facetas de mi pasado que han ido forjando mi personalidad, sino también el reflejo de lo que soy a ojos de las personas que me rodean.

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