lunes, 22 de noviembre de 2021

#unmesdeescritura - Día 10: Mi yo en negativo

Ten esta fotografía en tus manos
y observa bien sus líneas:
en ella me verás.
¿Que no? Oberva:
bajo los contornos
de mi mirada
relucen de gris oscuro
toda una retahíla de injusticias
que la sociedad pegó a mi alma.
Esos bordes que definen el fotograma
los definen a su vez
la soledad de una familia lejana,
la falsa querencia para conmigo
de cualquier amistad que me rodea,
la ausencia de cariño.
Si oteas las profundas sombras
bajo mis hombros,
distinguirás nítidos los momentos
en los que mis ojos se tuvieron
para sí mismos
y para nadie más.
Verás lucir en el pecho
una hondonada jamás rellenada
y un vacío para nada hedonista
en mi estómago también.
Fíjate en mis manos:
callos y callos y callos
y más callos adornando mis nudillos;
fíjate en mis brazos:
restos de suturas anteriores
sobresaliendo por las mangas;
fíjate en mis pies:
el rastro impoluto de la limpieza que envuelve
unos zapatos que nunca pisaron calle alguna.
Al fondo reluce la montaña.
Sobre ella relucen las nubes.
En mi testa un atisbo de tormenta.
Baja la mirada y
encuentra tristeza en la mía,
un rictus impasible y serio
donde debería habitar la sonrisa,
una extraña claridad en mi garganta,
como de quien alza la voz
y el resto se obligan a escucharle.

¿Te sorprende? ¿Te extraña algo?
¿Acaso no sea yo ese, no me reconoces ahí?

No desesperes, no le des la vuelta
a la fotografía: revélala tan solo.
En ella me verás.

domingo, 21 de noviembre de 2021

#unmesdeescritura - Día 9: Escribe una reseña de un sitio al que no hayas ido.

Reseña escrita por Don Cobacho para Casa del terrón de la feria de Mollina - 4 estrellas de 5 ★★★★☆.

Mis amistades y yo andábamos buscando algo de acción terrorífica para complementar la tarde de desfase etílico que caracterizan las ferias de pueblo a las que solemos ir de vez en cuando. Nuestro amigo A.J. nos propuso ir a una casa del terror que había visto a la entrada del pueblo, así que le hicimos caso y nos dirigimos hacia allí cerveza en mano.

Ya de entrada nos sorprendió que la entrada fuera gratuita y que la fachada del local estuviera toda adecentada con colores pastelosos y figuritas dulzonas, pero aún así accedimos a su interior para comprobar en nuestras pieles el mantra tan extendido de que las apariencias engañan.

Al entrar, nos recibió una señora mayor embutida en un vestido de tela áspera y color rosa palo, coronada con unos bucles tan tiesos en su peinado que cualquiera diría que todavía llevaba puestos los rulos de la peluquería. Una de nuestras amigas no pudo evitar lanzar un grito de pavor mientras se tapaba los ojos, aunque al tratar con la dulce abuelita, sospechamos que el susto no provino de ella sino de la rodofobia de Rosa. Tiene malaje que la pobre tenga un miedo atroz a su color homónimo, el rosa. Tras la confusión generada por el grito, Rogelia, que así se llamaba la amigable portadora de rulos, nos ofreció unas delicias de pistacho mientras nos invitó a pasar a la segunda estancia de la casa. El nombre de estos dulces árabes no podía ser más adecuado, he de decir. 

Al pasar a la siguiente sala a través de un angosto pasillo de paredes negras, nos recibió un hombre de mediana edad con una redecilla tapando su incipiente calvicie y un delantal manchado de rojo sangre, blandiendo un rodillo de panadero en su mano derecha. Esta vez el que gritó fui yo, pero no por el rodillo enharinado ni las manchas de rojo de su delantal, que no era más que colorante alimenticio, sino porque el susodicho era clavadito a mi amigo Manuel, al que aún debo 50 € desde hace 2 años, y que espero que no tenga como hobbie leer reseñas de Google como esta (Manuel, si lees esto, te pago el mes que viene, juraíto). Al parecer, el hombre no era más que el responsable de amasar y hornear los bizcochos de una tarta que nos dió a probar. ¡Estaba de categoría! Posiblemente la mejor red velvet que habré probado en mi vida.

Tras chuparnos los dedos para borrar todo resto rojizo de nuestras manos, nos encaminamos a la siguiente estancia, de la que provenía un sonido metálico repetitivo, como de cuchillos entrechocando y cercenando cartílagos. María tomó la iniciativa y fue la primera en asomar la cabeza por el marco de la puerta. Nada más hacerlo se giró, nos devolvió una mirada temblorosa perdida en la palidez de su cara, y musitó un lastimero "no, no, no, por favor, no... otra vez no..."  mientras se dejaba caer al suelo deslizando su espalda por la pared. Rosa, que ya se había recuperado del primer susto, la abrazó y la ayudó a levantarse al tiempo que A.J. y yo entrábamos en la sala. Al entrar pudimos comprobar que, efectivamente, ahí se daba lugar una de las escenas más temidas por María: cuatro personas se esmeraban, espátula en mano, a cortar cientos de caramelos de azúcar en sus mesas de trabajo. Y es que nuestra pobre amiga recibió un caramelazo en el ojo izquierdo siendo pequeña, y desde entonces le tiene pánico a los caramelos (y a las cabalgatas de Reyes Magos); así que pasamos lo más rápido posible por allí no sin antes aprovechar para coger un puñado de caramelos de fresa y de limón que nos ofrecieron quienes allí estaban.

Al cruzar la que parecía la penúltima puerta, quien saltó al grito de "¡AARGH, MUERTE!" empujándonos para escapar por donde habíamos accedido, fue quien nos propuso entrar a esta particular casa del terror: nuestro amigo A.J.. Después del barullo que formó al lanzarse sobre nosotros, pudimos recomponernos y salir a la última estancia para reírnos con lo que había provocado el susto de Apolinario Juscelino, disléxico de nacimiento y que siempre se presenta como A.J. (por razones obvias): en la pared del fondo, sobre la puerta de salida, unas luces de neón rojo iluminaban un cartel que decía ¡Muerde! con una flecha apuntando a una estantería repleta de magdalenas y brownies de chocolate. Hicimos caso del cartel, y tomamos un par de piezas cada uno para salir a la calle tras despedirnos de Rogelia.

Al final del día, con tanto dulce y caramelo, los cuatro acabamos cagándonos las patas abajo. Como, a fin de cuentas, era lo que buscábamos desde un principio, puntúo con 4 estrellas sobre 5 a esta Casa del Terrón.

P.S.: Nunca dejéis a un disléxico encargarse de la organización de nada.

sábado, 20 de noviembre de 2021

#unmesdeescritura - Día 8: ¿Qué hacías un 9 de agosto de hace X años?

Como soy un poco bastante testarudo, a pesar de haber pasado ya más de tres meses desde que Elena Medel nos propusiera los ejercicios de su #unmesdeescritura para 2021, me he propuesto retomarlos allá donde los dejé: en el octavo día del reto. Con la premisa ¿Qué hacías un 9 de agosto de hace X años? he elaborado este mini relato de fantasía con tintes oscuros.

Tal día, no como hoy, puesto que es 20 de noviembre y no 9 de agosto, andaba yo perdido entre manglares de un verde caústico para las retinas de quienes miran sin ver, buscando en la salinidad de sus aguas el toque extra de sabor que excitase las pupilas gustativas de mi lengua. Cuando el baño de placer parecía acariciar mi cuerpo y mente, atrayéndome hasta lo más profundo de su horizonte, vislumbré de entre las ondas de luz que atravesaban su superficie el brillo marfilado de la bestia que en su remanso dormitaba.
En sus colmillos encontré el recuerdo de las marcas sobre mi piel, el temor a sangrar de nuevo sin saber si me salvaría en esta ocasión. Pero la experiencia es un grado, y conociendo las propiedades de arenas movedizas que se escondían en sus garras, comencé la huida con la sutileza con la que una serpiente se acerca reptando por la espalda de su víctima, pero en sentido contrario. Debía ser cauteloso, cualquier movimiento brusco activaría su mecanismo de caza y provocaría mi caída en sus redes como una mosca cae en una telaraña.
Me aparté con toda la delicadeza de la que me pude armar, e intenté sacar los pies de la ciénaga en la que se estaba convirtiendo el paisaje. Pisé en falso. Aún no discierno el motivo que me empujó a agacharme de nuevo a la orilla para beber de sus mieles, pero fuera cual fuera la causa, fue mi perdición. Pisé en falso y el fango rodeó mis tobillos. El mero esfuerzo de levantar una pierna hacía que la otra se hundiese más por mor de la succión que el barro ejercía sobre mi cuerpo. Quedé atrapado de nuevo.
Todo este suceso no ocurrió un nueve de agosto, puesto que para entonces ya me hallaba sumergido por completo bajo la superficie, danzando cual rémora hambrienta siempre a remolque, rezagada tan solo unas pocas decenas de centímetros de la bestia que me marcaba el camino. Suena irónico, lo sé, y de hecho lo es con toda razón: al verme frente a sus fauces, quise escapar; mas una vez apresado, era yo mismo quien se apresuraba a seguirle el paso y posicionarme allá donde su mordida fuera factible, allá donde la dentellada fuera letal. Supongo que todos llevamos un suicida dentro que toma las riendas de vez en cuando, y el mío las tomó guiándome a lo más oscuro de mis temores, conduciéndome al infortunio.
Hoy, veinte de noviembre del vigésimo primer año de este segundo milenio de vida de nuestra civilización, y tras mucho tiempo nadando en estas aguas, recurro a este recuerdo para no olvidar lo que fui, para que los últimos resquicios del humano que fuera en su momento renazcan de entre las escamas y despierte en mí la necesidad de abandonar este manglar del que ahora yo soy el rey. Del que ahora yo soy la bestia.

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Tu lado favorito del sofá

Te encuentras en mi lado favorito del sofá, el izquierdo, sentado con el cuerpo levemente girado hacia mí y con esa mirada que tanto me cautiva. Sin pensármelo dos veces me sitúo donde mi deseo me llama: a horcajadas sobre ti. Noto a través de mi pijama el tacto de tus manos bajando por mi espalda mientras yo te lamo el cuello libre de la timidez del primer día. Acompaño el movimiento de mi lengua con un leve contoneo, casi como un suspiro, hacia adelante y hacia atrás mientras aprieto mis caderas contra las tuyas. Me las agarras con fuerza y aprietas aún más tu cuerpo con el mío. Te vuelvo a lamer desde el pecho hasta la barbilla y te muerdo el labio inferior mientras separo tus brazos de mi cuerpo. Los coloco por encima de tu cabeza formando una X, apresando con solidez tus muñecas con una orden implícita en mi mirada: no puedes tocarme. Haces presión, pero yo soy más fuerte que tú y mi posición superior te tiene ganada la batalla. Sólo yo puedo besarte, y aunque intentes zafarte no lo consigues: cuanto más hacia atrás te echas, más me acerco yo a tu boca. Te tengo donde yo quería: contra la pared. Pero no te beso, no. No lo mereces. Sólo suelto mi aliento sobre tus labios haciéndote desear más. Intentas besarme, pero no llegas. Mi cuerpo se contonea como el de una serpiente esquivando tus ataques, danzando sobre el tuyo con movimientos sutiles. Te tengo a mi merced. Por mucho que lo intentes, no conseguirás librarte de mi presa, y sé que eso te excita todavía más. Me retuerzo de cintura para arriba y dejo caer mi pelo en tu frente. Mis rizos te hacen cosquillas, y observo cómo tus manos hacen el intento de agarrar mi cara con brío. Gimes en silencio con la boca abierta hacia arriba como un lobo que aúlla a su luna llena, y dejas que la melena te recorra la cara, la nariz, la boca... hasta que aflojas el cuerpo bajo mi sonrisa. Parece que has aprendido la lección. Aquí la loba soy yo y tú sólo eres un perro sumiso. Eso es ¡buen chico! Te muerdo suavemente en el cachete y libero tus manos como premio a tu obediencia. Con mis rodillas apoyadas sobre el sofá sujeto mi peso para hacer fuerza con mi pelvis sobre tu vientre. Tu cara cae en mi pecho ahora, buscando la curva del placer. Yo sigo apretando con tus caderas, bajando y subiendo, jugando con tu erección. Me enloquece sentirte erecto, excitado, suplicando por más, así que me quito la camiseta, total, me está sobrando ya. Aún no me la he quitado del todo, y ya te has lanzado a mi pecho, ávido de contacto. Muerdes mi sujetador. Con una mano buscas el cierre y con la otra el pezón que esconde el encaje. Tiras de él hasta conseguir dejarlo libre y comienzas a lamerlo y mordisquearlo con ternura. Te inclinas hacia atrás para tomar aire y me devuelves esa mirada que tanto me pierde. Ésa que tanto me acalora. Adviertes el fuego en mi cara, te quitas la camiseta y percibo cómo tu pecho arde también. Bajo por el surco de tu vello besando cada centímetro de piel, demarcando tu torso con mis labios. Llego a tus pezones, que se encogen al tacto con mi lengua, y acaricio tu espalda con las uñas. Puedo apreciar cada poro de tu piel alzando las manos al viento. Se te eriza todo el vello del cuerpo hasta provocar el escalofrío. Sigo bajando besito a besito, despacio, impregnando tu vientre con mi aliento, recreándome en tu ombligo y acariciando tus piernas con mis dedos. Mi pelo te hace cosquillas en la barriga, te retuerces y consigues quitarte la ropa interior como si alguien tirase de un hilo anclado a su parte inferior. Alargo el instante en el que mi boca acaricia tu pelvis hasta la extenuación, hasta que te echas hacia atrás en el sofá estirándote por pura desesperación. Juego un poco, sólo un poquito con mis manos y tu vello púbico, y cuando noto que la lujuria está a punto de reventar tu polla, empiezo con la felación. La cojo entre mis manos y la beso. Suspiras de placer con los ojos enfocados en el techo. Bajo y subo mi lengua por el tronco, la acaricio con la mano y vuelvo a voltear la lengua alrededor de ella. Te miro de rodillas, me devuelves una mirada salvaje, y abro la boca con determinación para introducírmela en ella. Noto tu pene ardiendo, casi quema, pero mi humedad sofoca el incendio. Aprieto tu cadera contra mi cara. Notas mi lengua acariciando por debajo, acompañando el movimiento hacia adentro con mis manos en tus nalgas. La saco suavemente de la boca, pero succionando con vigor hasta sentirte gemir desde lo más hondo de tu garganta. Vuelvo a mirarte con lascivia, con una sonrisa maligna coronando la punta de tu polla. Juego con ella, la muevo de un lado a otro con la lengua. Tu cara me pide más, más hondo, más saliva, pero soy yo quien manda. Intentas levantarte para ayudar con la penetración de mi boca, pero tus piernas flaquean y te tumbas. No puedes más, el placer te tiene totalmente domado. Me enternezco y vuelvo a metérmela en la boca ardiendo para complacerte. Esta vez hago más presión, más rápido, más succión. Me pides que no pare, que siga así. Pero no, cariño mío, ya sabes que conmigo las cosas no funcionan de esa forma. Así que paro en seco y me subo encima. Repito: aquí mando yo. Dejo que mi sexo acaricie tu pene. Siento cómo esto provoca todavía más calor en nuestros bajos. Te escucho respirar hondo deseando la penetración, y me estiro hacia atrás extasiada, recreándome en tus ganas. Me apoyo con mis manos en tus rodillas y con mi pelvis doy rienda suelta al rozamiento: bajo, subo y giro, bajo subo y vuelvo a girar. Me gustaría tenerte así durante minutos, suspirando por entrar en mi cuerpo, y provocar tu orgasmo sin que tan siquiera hayas conseguido penetrarme ni unos centímetros, ¡pero no! Yo también quiero ¡Quiero más! ¡Quiero sentirte adentro! Así que me incorporo sobre mis rodillas, levanto el culo y marco con mis manos el camino hacia el interior. Me coloco sobre mis pies y comienzo a subir y bajar con esas sentadillas que tanto te gustan. La entrada y salida es limpia. Certera. Somos como la cinta de Möebius: tu piel termina donde empieza la mía. No hay principio ni fin, nada nos separa. Gimes sorprendido. Estás bajo mi mando y te dejas hacer. Te dejas follar. "¡Joder con Mar!" pensarás, "siempre quiere más, ¿no? pues más le daré". Así que forcejeas para echarme a un lado. Intentas quitarme de encima tuya para tomar el mando. ¿Voy demasiado rápido, cariño? Seguro que te gustaría que te la volviera a chupar para no correrte tan rápido, ¿verdad? Casi consigues erguirte sobre tu culo pero, aunque me fallen las fuerzas, te empujo de nuevo contra el sofá, salto encima y te vuelvo a follar. Soy una amazonas sobre tu cuerpo. ¡Más fuerte, más y más salvaje! Me inclino sobre tu pecho para poder aumentar la velocidad. Te agarras con fuerza a mis nalgas. Las acompañas con un movimiento espasmódico mientras giras tu cabeza hacia atrás y gritas con rabia y placer al mismo tiempo. Yo sonrío y aúllo a la luna. Te lo vuelvo a recordar por si no ha quedado claro: aquí-soy-yo-la-loba. Y la loba está deseando verte acabar...

miércoles, 6 de octubre de 2021

#unmesdeescritura - Día 7: Detrás de mí

Sostengo la respiración
            como si así lograse
contener el impulso de
levantar la mirada de este cuaderno inocuo
para girar
               lentamente
                                 la cabeza y observar
la fuente de aliento ardiente
que palpita a mis espaldas.

Ignoro la razón de su insistencia.
Su mirada se clava en mi nuca con la fuerza
de todo un planeta condensado en sus pupilas.

Noto en los hombros
la carga de mis ancestros,
las sombras que el pasado
fue forjando tras sus pasos.

Cierro los ojos con fuerza
por si así la tentación
de una mirada de soslayo
se desvaneciera.

Temo estar soñando y que,
                     al mirar atrás,
rompa el marco de esta
realidad aturdidora,
se deshaga el espejo
y sus cristales se
abalancen sobre mí.

No mires atrás... no mi... erda.

viernes, 10 de septiembre de 2021

Perchas vacías

Bajo la lumbre rojiza
de su último portazo
crece como enredadera
por mis entrañas
una compaña gélida
como el poniente mañanero.
No recuerdo el momento,
             el instante exacto
en el que nuestra ropa nueva
se desprendió del reflejo
que iluminaba nuestra habitación.
Tampoco la estantería
parece notar la ausencia
de sus besos sobre mi piel.
A día de hoy no hay nada a mi alrededor
que me explique este aroma a soledad.
Tan solo luce en el patio trasero
un perchero vacío desde ayer.

jueves, 26 de agosto de 2021

#unmesdeescritura - Día 6: Te escribo a ti, sí: a ti.

¡Hey! Hola, ¿qué tal? Hace tiempo que no hablamos. El uno con el otro, me refiero. Con otra gente sí que hablamos. E incluso hablar por hablar, que no es hablar al cuadrado sino a la soledad ¿Qué razón ibas a tener, si no, para hablar con alguien por el simple hecho de hablar por hablar? Yo lo veo así, vamos, no sé tú qué pensarás. Y voy más allá, ¿por qué estamos hablando ahora? ¿Qué motivo nos ha llevado a mí a escribirte a través de este ejercicio, y a ti a mantener este diálogo conmigo mientras me lees, si no es la mera evasión de nuestras soledades? ¿Cómo que esto no es un diálogo? ¿Acaso no acabas de contestar eso mismo, que no es un diálogo porque el único que habla aquí soy yo y tú tan solo te limitas a leer? Bueno, podría ser, pero te olvidas de que el diálogo consta de tres partes: el emisor -yo-, el receptor -tú-, y el mensaje, que no es otro que... espera, ¿cuál era el mensaje? Vaya, no lo recuerdo, la verdad. Es más, si te soy totalmente sincero, mi idea principal para abordar este ejercicio era otra. No pretendía crear esta conversación surrealista contigo en la que abundan las preguntas y faltan las respuestas. Más bien al contrario: lo que yo quería era proponerte respuestas a esas dudas que ni tan siquiera sabías que existían. Quería buscar contigo un significado en conjunto para frases y versos aparentemente inconexos. Jugar con palabras que jamás hubieras imaginado que podrían ir de la mano en una misma oración. Hallar el hilo sentimental que nos conecte y tirar de él para acercarte, literatura mediante, a un lugar común en el que tú y yo pudiéramos compartir algo más que las maravillas o desavenencias de esta época que nos ha tocado vivir. Quería hacer todo eso y quién sabe si se me hubiera ocurrido algo más por el camino. Pero aquí me ves, malgastando estas últimas líneas que dedico al ejercicio de hoy para lamentarme, de nuevo, por no haberte llegado a emocionar. Una vez más.

martes, 24 de agosto de 2021

#unmesdeescritura - Día 5: El Apodo

Los apodos de mi infancia, los primeros que recuerdo al menos, eran basados en mi segundo apellido, Cobacho, con el que me presentaba (y me sigo presentando) orgulloso, y que trataban de modificar o rimar por tal de chincharme. Jamás lo consiguieron, pues así yo escuchaba cualquiera de las dos variaciones que más asiduamente usaban, inmediatamente hacía algo para agenciármelos como seña de identidad o como broma para que no surtieran el efecto deseado sobre mí. De esta forma, si en los pasillos del colegio o en el patio de recreo alguien me gritaba ¡Gazpacho!, raudo corría yo a imitar a la famosa piña de Los Fruittis, o a usar su diminutivo como apodo o avatar en los juegos en los que gastábamos el tiempo libre: Gazpi. Con el tiempo pensé que usar ese diminutivo era algo ridículo, aunque a mí me hacía sentir guay, y tampoco me importó nunca hacer el tonto ante el resto cuando me ponía a imitar a Gazpacho, pues mi única forma de llamar la atención siempre ha sido a través del humor, haciendo reír. Pronto se cansaron de intentar enfurruñarme con este mote, y pasaron al canto de ¡Cobacho borracho! ¡Cobacho borracho! Si las personas que intentaron molestarme con ese cántico me hubieran visto 10 ó 15 años después... No sabrán nunca la razón que tenían. Tampoco yo lo sabía por aquel entonces, por lo que mi manera de zafarme de la burla era tambaleándome -como lo hiciera décadas después- mientras entonaba con la boca torcida el "Ahí lleva razón" de la chirigota gaditana "El que la lleva la entiende" (conocida como Los Borrachos), o cantando su estribillo "paaam parapa parapachín, pim pim [...] tampoco es pa' ponerse ahín" y rematando con la pose flamenta de El Selu y compañía. Lo cierto es que esta broma no la entendían la gran mayoría, puesto que pocos críos de un colegio de primaria del sur de Córdoba tenían por costumbre escuchar las coplas del Carnaval de Cádiz tanto como yo lo hacía en casa. Pero como a mí me veían disfrutar con el nuevo mote, pues de nuevo dejaron de usarlo. Cobacho 2 - carajotes 0. 

En mi adolescencia no hubo apodos, que yo recuerde. Insultos a miles, sí, pero apodos ninguno. Toda persona que me conociese me conocía por lo que yo quería que me conociesen: mi apellido. Bueno, esto fue así en mi pueblo natal, donde se desarrollaba mi vida durante el curso escolar, con la idiosincrasia de las relaciones abusivas y de poder que ello conllevaba. En cambio, en el lugar donde veraneaba y pasaba el resto de festivos, la cosa cambiaba. Allí las amistades íbamos a disfrutar, a pasarlo bien y aprovechar el pequeño período vacacional en el que coincidíamos, así que los apodos y motes eran diferentes, entrañaban más una relación de cariño que de afrenta. Aunque, por supuesto, los motes estaban puestos a maldad. Con cariño, sí, pero con mala leche también: estaba el Paja, el Labio, el Cabra -que pasaría luego a ser el Loncha-, el Gafa o Harry Potter... Como podéis imaginar, todos los motes ensalzaban algún punto entrañable de nuestro físico o nuestro comportamiento: la Fresita, el Alemán, la Tetona,... en fin, la lista es casi interminable. A mí me tocó ser, por haber nacido antes que ninguno de ellos, el Abuelo. Este mote sigue vigente casi 20 años después (al igual que el de todos), aunque ya no sea el mayor del grupo, pues éste fue creciendo con el tiempo y se incorporaron nuevas personas que me sacaban unos meses de vida como mínimo.

Hasta la fecha, esa es mi historia con los apodos. Hubo épocas muy puntuales en las que me llamaban "El gaditano" cuando estaba en Córdoba, y "El cordobé" cuando estaba en Cádiz. Hubo gente que jamás supo cuál era mi nombre real, o que lo conocieron a los años de conocerme, pues siempre me decían "el de los chistes" o "el de las chirigotas" cuando no me llamaban por Cobacho.

Desconozco el mote por el que me conocen en mi trabajo actual, igual que tampoco llegó a mis oídos cómo me llamaban en mi antigua empresa. Me gusta pensar que la relación que mantengo con mis compañeros les impide ponerme algún apodo hiriente. Pero sé que es una vana esperanza, pues todos, absolutamente TODOS, tienen el suyo. En ocasiones he pensado que quizá me conozcan, y con mucho acierto, como el Buenavida. No sería mal apodo, después de todo.

No me importa. Sea cual sea, me apropiaré de su significado como lo he hecho con todos los anteriores, para añadir a mi persona, no solo las facetas de mi pasado que han ido forjando mi personalidad, sino también el reflejo de lo que soy a ojos de las personas que me rodean.

lunes, 23 de agosto de 2021

Luces y sombras

Con la puerta abierta y la persiana entrecerrada, la habitación deja de ser un receptáculo sólido donde alojar sudorosas nuestras pieles erizadas, para pasar a ser tan solo -y no tan solo- un juego chino de luces y sombras sobre la pared. De los pliegues de la tela surgen montañas escarpadas dibujando olas marinas sobre la enredadera de barrotes oscuros que esconde el cabecero. Vistos desde el sur de tus límites geográficos, los haces difusos de la ventana parecen las líneas discontinuas de una autopista con más curvas que tramos rectos. Sobre la almohada intuyo un doble cartel circular que me invita a tomar la próxima salida. Obedezco, obedecemos, y hacemos de nuestro deseo dos segmentos que convergen bajo el horizonte. Al contacto con la humedad, amanece de entre los cojines una ristra de ramitas fértiles anunciando el suspiro tras la nuca, la caricia de seda a medio milímetro de distancia. El rayo alcanzando la grieta en mitad de la tormenta para iluminarlo todo con su flash certero. Giramos el mundo, observo la ventana de nuevo. Pareciera que la profundidad de nuestra respiración obligue a la luz a ir descendiendo el reflejo sobre el cristal. Su intensidad varía en proporción inversa a la velocidad de nuestras sombras. Cuanto menos luz, más fuerza. Mayor el rugido. La tarde va acabando. Miro hacia arriba: en el techo se dibujan unas alas enormes, infinitas. Desisto de la eternidad y, con la espalda arqueada y en la boca un silencio sordo, permito el abrazo de cada una de sus plumas hasta que el sol se despide del último resquicio del colchón dejándonos exhaustos bajo la oscuridad del ocaso.

domingo, 22 de agosto de 2021

#unmesdeescritura - Día 4: El poema de amor

He atado de nuevo
a la silla un cascabel
que me alegra los sentidos
con el ¡ding, ding, ding!
de su movimiento.

Ahora, la rutina diaria
es tan efímera
como el tiempo
que tarda el corazón
en dar un respingo
con el ¡ding, ding, ding!
de su movimiento.

Hago así del caminar
un baile liviano
sobre las aceras.
La atmósfera no pesa ya
sobre mis hombros.
Si una nube aparece,
rauda se desvanece
con el ¡ding, ding, ding!
de su movimiento.

¡Ding, dong, ding!
¡Dong, ding, dong!

La lluvia aclara mi sonrisa.

¡Dong, ding, dong!
¡Ding, dong, ding!

El viento empuja los pesares.

¡Ding, doding, dong, ding!

No existe en la calle un hombre
que adore como yo
a este cascabel.

¡Coge asiento, chiquilla!
Pongámosle nombre a los recuerdos
con el ¡ding, ding, ding!
de su movimiento.

miércoles, 4 de agosto de 2021

#unmesdeescritura - Día 3: Cambia una palabra del poema que te inspire.

En la propuesta de hoy, Elena Medel nos invita a pensar en aquellos textos ajenos que admiramos, y que nos inspiran. "¿Cuál es tu poema favorito? ¿Tu relato favorito? ¿Tu novela favorita? ¿Tu etcétera favorito? ¿Y por qué? Escógelo, transcríbelo... y cambia una palabra."

Por lo que, después de escoger dicho texto, debemos cambiar la palabra que le da sentido, el número, el género... Convertir el texto ajeno en uno propio.

Yo he escogido un poema que escuché en directo, recitado por la autora, y cuyo último verso me dejó sin aliento. Gracias al poema adquirí el poemario completo, y fue una gran experiencia poder degustarlo. Se trata del poema Dimensiones, del libro El guante de plástico rosa, de Dolors Miquel.

"¿Cuánto es cero multiplicado por infinito? ¿Y amor multiplicado por cero? ¿Y Muerte dividida entre infinito? ¿Cuánto es la vida más uno? ¿Cuántos somos tú menos yo? Lo intentes como lo intentes, si abres la puerta, nunca abres la puerta. Es el lenguaje quien la abre por ti. Yo tan solo entro. No hay ninguna puerta. Es como la mano. Es todo. No existe la mano. Es una palabra, como un señalador de caminos y fronteras. Yo solo entro. El instante finito de mi infinito entra en ti. Cuando tú no estás. Con esa manera tuya de no estar. En esa infinita manera tuya de no estar. Tú no lo intentes. Aquí no estás. Todavía no se han creado los matemáticos. El cielo está lleno de ángeles. Reina el estómago. Nada de cerebros. Seguro que mañana nieva. El día no tiene ventana barreras."

#unmesdeescritura - Día 2: El lugar donde escribo

El lugar donde escribo es un espacio estanco a simple vista, mal ejemplo del feng-shui y del minimalismo, pues es más bien muestra clara del horror-vacui más acérrimo.
El lugar donde escribo dispone de paredes irregulares en forma, color y textura.
Sus superficies son bien lisas, bien colmadas del gotelé de nuestra infancia.
Lo rodean jardines de pequeños arbustos de hoja caduca, y sus ventanales me plantean las vistas que yo desee según donde lo lleve conmigo.
Es el único lugar en el que la escritura me es permitida, pues sólo en su interior hallo las historias, pensamientos o cavilaciones que luego, con mayor o menor acierto, plasmo sobre el papel.
Precisa siempre, siempre, siempre de luz, y me ofrece una mayor sensibilidad a la presencia de musas si lo empapo con cerveza.
El lugar donde escribo no es un rincón secreto -no del todo-, pues lo luzco a la vista de cualquiera que lo quiera observar.
Tal vez incluso le permita la entrada a quien lo quiera disfrutar.
No sea quizás el mejor lugar donde escribir, pero es el que tengo. 

Es lo que soy.

lunes, 2 de agosto de 2021

#unmesdeescritura - Día 1: "Me acuerdo"

Tal y como hiciera hace tres años, en 2018, me uno al reto de #unmesdeescritura de la poeta cordobesa Elena Medel, consistente en seguir unas pautas o ejercicios que ella misma irá compartiendo a diario en Instagram para ayudar a la inspiración y la creatividad en la escritura. 

El primer ejercicio es un clásico en su reto, empezar escribiendo "Me acuerdo" para dejar que la imaginación o el recuerdo hagan el resto. Como dice Elena "¿quién no tiene memoria a la que recurrir? Me parece una propuesta tan sencilla como generosa; verás que surgen y surgen las ideas".

Así que, me he puesto manos al cuaderno, y ha salido lo siguiente (sin corregir ni ná, en crudo):

Me acuerdo de todo aquello que ocurrió sin necesidad de haberlo vivido en mis carnes. Es así que me acuerdo de la concupiscencia ardiente del soldado de invierno mientras caminaba solitario por los senderos mal elegidos de la Siberia más gélida. Como me acuerdo también de los toques de palmas exactos que has de componer para llamar a las alegrías hacia ti aunque sea en formato de palo flamenco. Un dos, un-dos tres, un dos-tres, undostres-undostres, un dos, un-dos tres, un dos-tres, undostres-undostres. Me acuerdo del ¡pim pa-pará pa-chín! de la alegria resonando por los pasillos del verano cuando el calor y el frío aún no existían y las estaciones se dividían tan solo en ocio y diversión o tedio y obligación. Me acuerdo del tigre corriendo certero tras la grupa del último rinoceronte vivo. Me acuerdo de mi ignorancia al desconocer si la nutricionista de la pirámide alimenticia le permitía comer rinoceronte al tigre. De hecho, me acuerdo más de lo que ignoro por desuso que de lo que recuerdo por haber absorbido correctamente. La indigestión de los conocimientos. Me acuerdo, sin embargo, de haber sido feliz. De haberlo sido en compañía y en soledad. A diario me recuerdo que no hay motivos, aunque lo parezca -la soledad, la incertidumbre, el vacío, el desasosiego-, para no serlo. Me acuerdo de nuevo de haber sido feliz. Feliz de una forma diferente a como lo soy ahora, pero feliz al fin y al cabo. Quizá por eso la ausencia de fechas en mi cuaderno; quizá por eso la no existencia de los días en este diario; quizá por eso el deshábito de escribir. Me acuerdo ahora, pues, de que en ello estamos. De que por eso estoy aquí.

 


domingo, 16 de mayo de 2021

Con la voluntad que ya la sociedad no encuentra, he encerrado bajo llave a más de 48 horas de fin de semana estival. 

Les abro la ventana en señal de alivio y, cuando asomo con ellas la cabeza a través de los barrotes, hallo intacta la inmensidad del cielo enclaustrado entre cuatro paredes. 



miércoles, 12 de mayo de 2021

Ornitología del pensamiento

Tras unos meses de silencio por estos lares (esta es la primera entrada que publico en 2021), vengo a daros una buena noticia: por fin ha salido a la venta un proyecto que llevaba guardado unos años en el cajón, y que he terminado de perfilar durante los dos últimos meses.

Se trata de la publicación de la plaquette Ornitología del pensamiento, cuya cubierta principal, con ilustración a cargo de Amanda Siworae (https://www.instagram.com/amanda_siworae_art/) os muestro a continuación:

¿Y de qué trata Ornitología del pensamiento? Aquí os dejo la introducción que va incluida en el poemario:

¿QUÉ ES LA ORNITOLOGÍA DEL PENSAMIENTO?

Ornitología del pensamiento es una colección de poemas que, más que volar, planean sobre diferentes temáticas en torno a la soledad, el miedo, la inspiración y la reflexión personal. No os extrañe la ausencia de un hilo conductor entre ellos, pues sólo los conectan los pájaros que en ellos habitan.

Esta conexión que nos brinda la posibilidad de leerlos en conjunto se la debemos agradecer a Manoli, lectora ávida y habitual de mi blog, y, gracias a ello también, amiga desde hace ya algunos años.

Con el ojo clínico que solo da el placer por la lectura, Manuela Sánchez Cuenda –Manoli, para mí-, observó con mucha precisión que en los textos que publicaba en el blog (http://alpensarmiento.blogspot.com/) había mucho pájaro suelto merodeando y decidió recopilar todos los poemas en los que algún ave, alguna pluma, algún vuelo hacía acto de presencia para demostrármelo. No conforme con ello, se puso teclas a la obra y cogió algunos de esos poemas para darles la forma de aquello de lo que hablaban, consiguiendo construir los caligramas que adornan esta plaquette. Es así que encontraréis que los poemas están duplicados: primero, en su versión original y, a continuación, en la forma que Manoli les dio con mucha imaginación, dedicación y cariño.

Disfrutad de estos pájaros que en su día eché a volar y permitid que sus plumas os acompañen en vuestra lectura.

Os dejo también un par de ejemplos de los caligramas que podréis encontrar dentro del libro.


Puesto que se trata de una autoedición, y yo mismo soy quien se encarga de ir a la imprenta, la única forma de adquirir vuestro ejemplar será pidiéndomelo a mí personalmente, ya sea a través de mis redes sociales (podéis entrar en los siguientes enlaces a mis perfiles en Twitter, Instagram y Facebook) o mi correo electrónico (doc.cobacho@gmail.com). El precio de la plaquette es de tan solo 5 €, e irá, cómo no, dedicada y firmada de mi puño y letra.
 
Y nada más, un abrazo enorme, y ¡alzad el vuelo!