sábado, 20 de noviembre de 2021

#unmesdeescritura - Día 8: ¿Qué hacías un 9 de agosto de hace X años?

Como soy un poco bastante testarudo, a pesar de haber pasado ya más de tres meses desde que Elena Medel nos propusiera los ejercicios de su #unmesdeescritura para 2021, me he propuesto retomarlos allá donde los dejé: en el octavo día del reto. Con la premisa ¿Qué hacías un 9 de agosto de hace X años? he elaborado este mini relato de fantasía con tintes oscuros.

Tal día, no como hoy, puesto que es 20 de noviembre y no 9 de agosto, andaba yo perdido entre manglares de un verde caústico para las retinas de quienes miran sin ver, buscando en la salinidad de sus aguas el toque extra de sabor que excitase las pupilas gustativas de mi lengua. Cuando el baño de placer parecía acariciar mi cuerpo y mente, atrayéndome hasta lo más profundo de su horizonte, vislumbré de entre las ondas de luz que atravesaban su superficie el brillo marfilado de la bestia que en su remanso dormitaba.
En sus colmillos encontré el recuerdo de las marcas sobre mi piel, el temor a sangrar de nuevo sin saber si me salvaría en esta ocasión. Pero la experiencia es un grado, y conociendo las propiedades de arenas movedizas que se escondían en sus garras, comencé la huida con la sutileza con la que una serpiente se acerca reptando por la espalda de su víctima, pero en sentido contrario. Debía ser cauteloso, cualquier movimiento brusco activaría su mecanismo de caza y provocaría mi caída en sus redes como una mosca cae en una telaraña.
Me aparté con toda la delicadeza de la que me pude armar, e intenté sacar los pies de la ciénaga en la que se estaba convirtiendo el paisaje. Pisé en falso. Aún no discierno el motivo que me empujó a agacharme de nuevo a la orilla para beber de sus mieles, pero fuera cual fuera la causa, fue mi perdición. Pisé en falso y el fango rodeó mis tobillos. El mero esfuerzo de levantar una pierna hacía que la otra se hundiese más por mor de la succión que el barro ejercía sobre mi cuerpo. Quedé atrapado de nuevo.
Todo este suceso no ocurrió un nueve de agosto, puesto que para entonces ya me hallaba sumergido por completo bajo la superficie, danzando cual rémora hambrienta siempre a remolque, rezagada tan solo unas pocas decenas de centímetros de la bestia que me marcaba el camino. Suena irónico, lo sé, y de hecho lo es con toda razón: al verme frente a sus fauces, quise escapar; mas una vez apresado, era yo mismo quien se apresuraba a seguirle el paso y posicionarme allá donde su mordida fuera factible, allá donde la dentellada fuera letal. Supongo que todos llevamos un suicida dentro que toma las riendas de vez en cuando, y el mío las tomó guiándome a lo más oscuro de mis temores, conduciéndome al infortunio.
Hoy, veinte de noviembre del vigésimo primer año de este segundo milenio de vida de nuestra civilización, y tras mucho tiempo nadando en estas aguas, recurro a este recuerdo para no olvidar lo que fui, para que los últimos resquicios del humano que fuera en su momento renazcan de entre las escamas y despierte en mí la necesidad de abandonar este manglar del que ahora yo soy el rey. Del que ahora yo soy la bestia.

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