jueves, 3 de julio de 2014

Jueves, 6:47 de la mañana

El mirlo amanece en el patio como si, por primera vez, las plumas negras fueran augurio de buenas mañanas.

Entre devoción y obligación mi cielo se dibuja claro, constante, con brochazos de un color intraducible al lenguaje mortal.

En la calle rugen los bostezos, las últimas gotas de la noche resbalan por el cristal de mi parabrisas y Morfeo se retira en batida a sus aposentos mientras el asfalto se disfraza con sus mejores galas color humedad para un nuevo día.

¿Quién me iba a decir a mí que entre sueño y horas iba a haber una relación de proporcionalidad directa si siempre me enseñaron lo contrario? Ya ves, como si mis sábanas guardaran en su interior un pegamento que se adhiere a mi cuerpo más y más fuerte conforme aumentan mis horas de sopor.

No en cambio guardan la misma proporción horas y sueños. Es en las noches de mayor vigilia cuando toman forma mis mayores sueños. O pesadillas, que también.

Al menos que yo recuerde.

No son esas noches de profusas ojeras en las que mi mente guarda silencio. Sino más bien al contrario, es en las largas noches de ojos cerrados que ésta se aburre, callada y marcha al rincón a meditar consigo misma, sin dejarme escuchar a mí.

Y así paso toda la noche, en el más completo vacío sensorial. Como si la oscuridad no fuese sólo una percepción visual. Como si de repente mi actividad cerebral abdicase, cediendo el trono al más estrenduoso silencio.

Silencio...

Solo
Si
len
cio

...

Pero no, se rompe la noche, las sábanas se despistan en su labor de atraparme, y despierta mi mente en un tornado de imágenes que provocan el revuelo de párpados y respiración. Se desvanece el reposo del crepúsculo. Mi cuerpo convulsivo se activa buscando sin éxito la calma de un suspiro ajeno al mío. Desesperan las mantas al pie de mi cama y la almohada descansa de la respiración calma de mi nuca mientras mis dedos buscan a tientas el interruptor que llene de luz mis pupilas.

Lo encuentro. Se deshace la oscuridad. Cierro los ojos hasta adaptarme al cambio y, entre asustado y somnoliento, busco ese silencio entre los rincones de mi habitación. No está. Me asomo a la ventana del patio trasero. Ni rastro. En la azotea sólo hay frío y humedad, y sobre los árboles se atisban los primeros rayos de luz.

Me apoyo en la barandilla, despertando entre escalofríos todo mi ser y me descubro pensándote otra vez.
Sí, ahora lo sé: el silencio no existe, es sólo la ausencia de tu voz.

De nuevo el mirlo amanece en el patio como si, por segunda vez, las plumas negras fueran augurio de buenas mañanas.

3 comentarios:

  1. una que ojea tu rincón11 de julio de 2014, 1:27

    Se crea un clímax tranquilizador en mi estómago cada vez que leo esto. Y ya van unas cuantas. Es algo para leer antes de dormir, aunque lo hayas escrito justo al despertar. Provoca un efecto tan relajante...que acabo cayendo otra vez en comentarte. Pero como evitarlo si ando enganchada a tu(s) blog(s).
    PD: Me reí mucho cuando vi ese día pa hora porque me levanté a esa hora exacta!!! Te parecerá coña, pero es así ;)

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