jueves, 19 de marzo de 2015

Allá donde tiempo y espacio no importan.

He estado pensando en lo que dijiste, hermano. En la nada que nos rodea. La que nos rodeará. He pensado en las tonalidades de su oscuro hacer, en lo infinito de su reguero en nuestra piel. He estado cavilando sobre los posibles caminos que a ella nos lleven, y he imaginando también los que a ella sobrevivan y, ya sin nosotros, claro, terminen en la nada de otros, de otras, y quién sabe si en la mente de algunos y algunas, o incluso todos quizás. Lo dudo. Al menos no los míos. He intentado zambullirme en la letanía de una mente aguda, en la inmensa decrepitud del pensamiento cuando no ven los ojos más que negro sobre negro y blanco sobre blanco.  Por ponerle un nombre, ya sabes. Mi cuerpo ha probado a abandonarse a un segundo plano en el que el trabajo no importa, las enfermedades no existen, las letras sobran e incluso no hay ojos ni sonrisas que se claven en él. He cerrado y abierto ventanas. No las mismas: he cerrado las que dan frío, he abierto las que dan amplitud de miras. Conforme iba ascendiendo al nivel en el que te imagino a ti, he notado helar las manos y los pies. La espalda ha tomado consciencia de sí misma y ha empezado a temblar en busca de no sé si un botón de parada o un pedal acelerador. De repente la vida no era vida. Mi vida no era vida. Mis sueños, por desgracia, sí que han seguido siendo tales. Me he visto a mí. Yo era yo, sin nada que añadir por nadie. Inefable en mi ser y estar. Las distancias, inequívocamente esquivas, hacen acto de presencia abriendo un abismo de preguntas sin solución entre nosotros. En un comienzo inducido, yo. A lo lejos, tú. Tú eras mi tú. Un tú dorado y factible, con un halo brillante al más puro estilo infante de siete años frente al Rey Melchor. Así como yo te veo. Un ángel que no se frota las alas, sino el nabo. Un ángel que no ha caído de ningún lado pues es más real que las manos mismas que escriben esto. Ahí estabas tú, físico presente con alma jadeante. Un preludio en tu mirada. Una decepción en tu expresión. Has llegado adonde yo no. Has tocado lo que yo ni imagino con mirar. Has sentido al Ser fluir sencillo y fácil por ti, mientras que yo estrujo venas para desprender la primera gota de una poción que ya inventaré. Ahí estabas tú, mi tú, a un abismo de por qués y por cuántos de mis lo siento, no lo entiendo. Mirando en rededor lo que no esperabas encontrar, lo que sin duda contabas en tu lista de haberes por haber, y un par de cosas más que ni yo sé qué hacen ahí. Cómo lo voy a saber, si no sé ya ni pensar. Cómo voy a verte ahí, tan cerca y a la vez  tan lejos, con esa falsa impronta de lo que se puede ver y queda a tanta distancia, si la distancia no es tanta y en cambio yo no te veo. Cómo voy a pensar en nadas y en todos si mi mente no abarca tanto ni tan poco. Respectivamente, sí. Cómo voy a volar a siquiera cuatro niveles bajo ti, si no hay más altura que la que pintan tus manos en un lienzo cuando quieres desdeñar la imagen que tenemos todos de igualdad. Cómo pretendo entenderte a ti, un artista, un nacido del arte, creador y creado por y para él, si ando en proceso de elaboración para nacerme tal y no hacerme como cual, y van ya demasiados bocetos como para considerar lo primero en lugar de lo segundo. Cómo tratar de equiparar mares con montañas. Cómo terminar esta carta. No lo sé. Dímelo tú.

No hay comentarios:

Publicar un comentario