lunes, 4 de agosto de 2014

Sprain

Cuando la anciana de rostro canoso y pelo arrugado le inquirió aquella advertencia, sabida más por repetición que por propia experiencia, a él le pareció una buena metáfora para sus textos de medio pelo y sus frases de broche para conversación: "Un esguince mal curado dura para toda la vida". Sonrió. Mas un instante después comprendió que la sencillez de esta afirmación no la hacía mejor que cualquier alegoría al Sol. Que el partenon de sus andares no es comparable a la covacha en la que se habían convertido sus dolores. Que la alopecia corría tanto por sus cabellos como por los versos de sus textos de medio pelo. Que esa mujer era una entrometida y que nadie le había preguntado. Dejó de sonreir: "¿Qué sabe usted de sus ojos, de sus manos? ¿Qué sabe usted de su risa, de sus labios? ¿Qué sabe usted de lo que duele o deja de doler toda la vida?"

- Manuel, ¿cómo te va a doler? Soy yo, tu mujer, estoy aquí, como siempre, ¿se te olvidó de nuevo la medicación?
- A mí no se me olvida nada, endiablada desconocida, ¡NADA!
- A ti sólo se te olvida el olvido, endiablado marido.

Él, cojeando, marchó a la habitación.

Ella, cojeando, se tocó a la izquierda del esternón: "¿Qué recuerdas tú de mis ojos, de mis manos? ¿Qué recuerdas tú de mi risa, de mis labios? ¿Qué recuerdas tú de lo que dolió y seguirá doliendo toda la vida? Tenían razón, un esguince mal curado dura para toda la vida".

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