lunes, 15 de diciembre de 2014

Frío

Ha llegado un rayo de sol a mi cara
y ha sonreído con la debilidad
del que muere por una causa justa.

Se ha dado una vuelta por los labios agrietados
iluminando por un instante
el bocado que los nervios me dieron el martes.

Ha subido después a la nariz,
enrojecido icono del invierno latente,
para hacer escala antes de llegar más arriba.

Pero no.

No ha llegado a los ojos.
No lo he visto expirar su última luz.

Ni bizqueando la mirada
he logrado visualizar su caída
en mi puente nasal.

Frío.

Venía él trayéndome calor,
un respiro al gélido viento de las calles blancas,
un descanso al chaquetón,
mas sólo consiguió un escalofrío en mi espalda.

Frío.

En las ventanas empañadas por dentro,
en los cuerpos de tela recubiertos,
en el morado azulado de mis dedos.

Todo tan ventisca
y yo tan infierno apagado.

Frío y más frío.

Un rayo de sol vino a mi cara
sin saber que llegaba por dentro
y no por fuera.

Un rayo de sol tardío
que en un diciembre de aviones plateados
busca el alma del que solo vuela
y solo encuentra nubes y vientos
de un amanecer ya escarchado.

Pobre lágrima de esperanza desechada,
que en lo oscuro de mi interior muere
cual suspiro de vaho
que al exterior exhalo.

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