jueves, 30 de agosto de 2018

Día 25: "La casa"

Para el vigésimo quinto día de #unmesdepoemas, Elena Medel recurre a un símbolo muy recurrente, válgame la redundancia, en muchos poemas y poemarios: la casa. Esta palabra, nos cuenta, hace las veces de "imán" de muchas experiencias: la casa como origen, también como refugio, la casa como todo lo contrario, o la misma organización de la casa para organizar lo que queremos decir. Para introducirnos un poco más en el concepto, nos ofrece este poema de María-Mercé Marçal (traducido por Carlos Vitale):

Mi amor sin casa.
La sombra de mi amor sin casa.
La bala que atraviesa la sombra de mi amor sin casa.
El viento que arranca las hojas que cubren la bala que atraviesa
la sombra de mi amor sin casa.
Mis ojos que arraigan en el viento que arranca las hojas
que cubren la bala que atraviesa la sombra de mi amor sin casa.
Mi amor que se refleja en los ojos que arraigan en el viento
que arranca las hojas que cubren la bala que atraviesa la sombra
de mi amor sin casa. 

 Aprovechando que al día siguiente de que Medel lanzase este reto me encontraba en la ciudad que alberga una de "mis casas", aunque ya no lo sea, me acerqué a la urbanización donde se encontraba con la ilusión de hayar allí la inspiración para el poema. Pero al introducir el antiguo código de acceso a la zona residencial, que aún recordaba 7 años después de haberme marchado de allí, éste me dio error y no me permitió abrir la cancela. Fue tal la desilusión, que tuve que esperar un día más para escribir esto, que no es, ni de lejos, un poema. Pero bueno, se trataba simplemente de escribir, ¿no?.

WARSZAWA - Dzień 2

La vuelta a Varsovia ha sido, en parte, un jarro de agua fría. Los 13ºC de ayer quizá tuvieran algo que ver. Que el código de entrada a mi antiguo piso haya sido cambiado, también. ¿Qué es de mí sin ese código que recordé con pasión, como si fuera algo inmutable y que pudiera usar en cualquier momento no sólo para abrir la puerta de la urbanización en la que viví hace 7/8 años, sino para abrir la puerta al pasado y dejar pasar parte de la felicidad que inundaba mi persona en aquellos instantes y que ésta impregnase mi presente? Si ese código ya no sirve; si he perdido las fotografías que guardaba de aquel año; si al intentar repetir una de las mejores fotos que he tomado en mi vida apenas he conseguido acercarme a lo que era; si quizá ya no sea el mismo que pisó, que vivió, que disfrutó de las calles polacas; si ni siquiera la ciudad es igual; ¿cómo puedo pretender, entonces, sentir lo mismo que en aquellos instantes? Hay felicidad, por supuesto. Pero la pena abotarga mi mente, me inunda el lacrimal. Necesito visitar la ciudad en compañía. Encontrar en la sopresa de mis acompañantes la misma ilusión que yo sentí la primera vez que me maravillé con sus fachadas, sus colores. Necesito volver a volver, pero no en soledad. Solo espero no tener que aguardar otros 6 años para poder hacerlo.

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